Sat, 10/12/2013 - 05:20

Intimamente Público

Foto: Jaime Andres Baebosa P
Foto/Columnista/Leticiahoy

Existe una delgada línea entre la exposición y la intimidad, entre lo que digo y lo que callo, lo que muestro y lo que oculto. Las redes sociales han sido un fenómeno que de menos a más se han convertido en medidor del sentir, pensar y el estilo de vida de cada uno. En un inicio vimos que eran útiles herramientas para buscar amigos que en el tiempo se fueron distanciando, viejos amores que el recuerdo como un imán nos conduce hacia la curiosidad por saber cómo están, si se han casado, engordaron, divorciaron, tienen hijos y demás; y en muchos otros casos para hacer nuevos “amigos”. Hasta ahí se cumple con el objetivo de “Facebook” que es la red social con más usuarios en el mundo y que ha reportado ganancias astronómicas para su creador Mark Zuckerberg. Recomiendo la película “La red social” de 2.010.

Inocentemente traspasamos la frontera de lo público y lo privado de manera casi imperceptible. Yo lo he hecho, y me han llamado la atención por mi falta de prudencia. Comentarios escuetos que de momento vienen a mi mente y que deseo compartir con mis agregados; algunos los comparten, otros ponen “Me gusta” y los restantes son indiferentes. Pero, así como exponemos lo que pensamos podemos llegar al terreno de lo íntimo, lo impublicable que por ser prohibido resulta ser muy tentador. Explico.

En días pasados una amiga publicaba en su muro de Facebook lo bien que se sentía con su nueva conquista que la hacía caminar entre nubes, laboralmente la vida le sonreía, y a su vez la cantidad de viajes que hacía al exterior eran dignos de un alto directivo de multinacional. De esta manera, exponía fotos de sitios turísticos, comentaba sobre la cultura de los países que visitaba y agregaba alguno que otro pensamiento de amor junto con una canción que le recordaba a su novio en la distancia. Enamoradísima se expresaba de manera cariñosa al responsable de sus sueños y desvelos y complementaba con frases poéticas a las que Neruda les haría la venia. Hasta ahí…normal. Nada nuevo; fueron alrededor de dos meses en los que mi muro se hastió de tanta miel y bobada que ni a mi ni a sus amigos nos interesaba: “Principe! Comí una carne deliciosa en Buenos Aires, me acordé de ti y del asado que hicimos donde tus papis. Te extraño. Muácatelas!”.

Lo anterior seguido por una canción de Yuri llena de nostalgia como lo es “La Maldita Primavera”. Esto fue uno de tantos mensajes amorosos expuestos al escrutinio de quienes pertenecíamos a su grupo de amigos sociales. Sin embargo, todo tiene un final y en estos casos no es precisamente feliz. La empresa donde laboraba se vino abajo como consecuencia de jugosas inversiones inciertas a fondos que no aseguraban nada; por lo que mi amiga fue despedida sin consideración; solo la acompañó un agradecimiento por parte de sus exjefes.

Se acabaron los viajes, la buena vida, las fotos, los saludos públicos y las demostraciones de amor a su “príncipe”; además, un pasaporte que por muy poco sería la envidia de Anthony Bourdain. Mientras ella se ufanaba de ser una mujer de mundo y presumía con fotos los viajes que realizaba; su novio asimilaba su ausencia asistiendo a fiestas, cenas y paseos con otras mujeres; mi amiga se enteró de ello por una foto que alguien publicó en Facebook de su “príncipe” en un paseo a Neiva junto a una atractiva acompañante que lucía un diminuto bikini; él con un brazo la rodeaba amorosamente y en la otra mano sostenía una botella de aguardiente casi vacía. Como consecuencia la relación se fue deteriorando hasta llegar a su fin, final que para ella fue la tapa de sus infortunios y que para nosotros sus amigos reales y de Facebook se convirtió en una pesadilla.

Publicaciones constantes de nostalgia, tristeza, reclamos directos a su exnovio, rencor, y de nuevo acompañados por canciones de despecho que una mujer herida en su corazón y su alma sólo las puede dedicar.

Con esto llego al punto de lo difícil que es distinguir lo íntimo de lo público; ese impulso ciego que nos lleva al desenfreno de lo que expresamos en las redes sociales, que convierte a una persona dulce y conmovedora en alguien que no tiene límites al exponer su vida a los demás; despertando la compasión y la lástima de unos y el rechazo o burla por parte de muchos otros. Entre los más jóvenes sucede de manera similar, caen en la fea costumbre de expresar su sentir y pensar por medio de las redes sociales; en su mayoría adolescentes a los que se les dificulta interactuar con otros y sufren si no cuentan con acceso a sus cuentas si están fuera de casa. Cambiamos el lenguaje corporal, la interacción, el compartir, el apretón de manos, un abrazo o un beso; por sistemas impersonales que han desplazado un “Me gustas” por un emoticón que hace un guiño.

Con esto, no quiero satanizar ni dar a entender que las redes sociales son nocivas; por el contrario me resultan divertidas y amenas; lo que rechazo es la prelación que les damos sobre lo físico y lo real. Lo malo radica en el mal manejo que se les da y aquella sobre-exposición de lo nuestro. Muchas veces lo que vemos es producto de la imaginación, el mundo de la apariencia, del presumir sobre lo que no somos y no tenemos, exponer de manera descarada lo bueno y lo malo que nos suceda rayando en lo ridículo y convirtiendo lo trivial en algo trascendental. Darle sentido a la vida no debe supeditarse a lo que se plasme en un muro.

Días después y viendo la situación desafortunada por la que mi amiga estaba atravesando, decidí enviarle un mensaje privado preguntándole que había sucedido, y el porqué de sus congojas. A lo cual me respondió: “Mira Jaime, no quiero hablar con nadie, es mi vida privada”.-???. Me eliminó de sus amigos.

Jaime Andrés Barbosa Poveda

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