Mujer Indígena
He escuchado afirmar de muchos turistas que en los territorios indígenas amazónicos han conocido, como nunca antes en cualquier otro lugar, a las personas más extraordinarias, alegres, generosas y hospitalarias. Cuando escucho esto pienso en Luz Marina Matías, una mujer del pueblo indígena murui que vive en la comunidad de Lago Grande sobre el río Igará-Paraná. Luz Marina tiene apenas 50 años, tiene una vitalidad de atleta y como si se tratara de una alquimista prodigiosa, disfruta de una indescifrable habilidad para controlar el fuego y hacer de su fogón de leña el único lugar en Lago Grande en el que las llamas nunca se extinguen. Muchos van a su fogón a coger alguna brasa para hacer humear de nuevo las cocinas de sus casas o malocas. Un día reparé en las maniobras de Luz Marina para obernar el fuego, intentando desentrañar sus secretos, y llegué a la conclusión de que tal vez se trata de una destreza heredada para profetizar las fases de la combustión de la madera. Con esto quiero decir que para mí, un urbanita sin encendedor, continuó siendo un enigma asombroso manejar el fogón de leña, nunca lo logré, siempre quemé el café, achicharraba los patacones y tardaba eternidades haciendo hervir el agua. Pero este talento con el fuego es apenas un rasgo elemental comparado con la gentileza y la buena voluntad que irradia Luz Marina en medio de su gente.
Antes del amanecer ya se escucha a Luz Marina zambullirse en el río, sus carcajadas parecen adelantársele a los primeros cantos del día de las aves amazónicas. Sus obras convocan a muchas personas, cerca a su fogón se arremolinan sus nietos, sus sobrinos, los vecinitos que ha visto nacer y crecer. Con sus hijas bromea e intercambia plátanos y piñas, incluso llega el mismo curandero del lugar a tomar café y remojar el casabe en el ají negro, llegan sus yernos, sus dos perros y los blancos que están de visita. Ella tiene una poderosa intuición sobre el cuidado de los demás, sabe muy bien quién falta por probar el casabe, quién no ha tomado café o bien, conoce muy bien el lugar dónde guardar el último trozo de carne para quién aun no ha aparecido. Ella tiene el control generoso del mundo, comparte el fruto de sus manos, se colma de alegría ofreciendo, intercambiando, ríe porque nadie, una vez más en sus días de vida, puede lamentarse de no llevarse un bocado de comida a la boca. Parece un divertido desafío a la existencia.
Cuando llegan los problemas, las angustias y los dramas, que nunca faltan en esta vida, generalmente son enfrentados con decisión, con una especie de feliz coraje. Luz Marina también tiene historias tristes que contar ¿quién no tiene episodios lamentables qué contar?, pero luego de compartirlos, de repente se espantan las que parecían aflicciones y mostrando una fuerza imbatible vuelven las bromas, la vitalidad parece no enflaquecer. Vuelve a relacionarse vivamente con los demás, a acogerlos, a motivarlos, a cuidarlos. Es una gran lección para las tontas preocupaciones de los blancos, para sus necias vanidades, sus ansiedades por el renombre y los delirantes reconocimientos públicos. Entre los pueblos indígenas del río Igará-Paraná la aventura de vivir se siente más humana, más cálida, más sencilla, se le otorga importancia a las relaciones con los demás, con la familia, con los amigos, las palabras se honran con sinceridad, se aprende que hay otros fundamentales motivos para vivir alegre y apasionadamente. Luz Marina, como muchas otras mujeres, tienen una ética y una solidaridad tan grande que no caben en este país de penurias.
Fuente: Informativo de la Universidad Nacional de Colombia sede Amazonia/ Instituto IMANI - Articulo Revista Notimani numero 28 Universidad Nacional de Colombia Sede Amazonia