Wed, 10/02/2013 - 20:07

Canallas

Foto: Columnista Leticiahoy
Foto: Columnista Leticiahoy Jaime Andres Barbosa Poveda

Soy aficionado al fútbol y asiduo espectador desde mi casa de los partidos que llaman la atención; ya sea, por la jerarquía de los equipos, el torneo por el cual se estén disputando o por el optimismo que ha vuelto a generar en nosotros la selección Colombia. Los veo, disfruto, comparto, me angustio, celebro la victoria, y el pesar de la derrota lo asimilo como algo pasajero y que trascendió tan sólo durante los 90 minutos jugados. Hasta ahí llega mi afición. De ahí hacia adelante mi vida sigue normal, sin traumas ni rencores y menos humillaciones hacia seguidores de equipos contrarios. Pero, para que seguir hacia otro estado?. No le veo justificación.

Les confieso, soy “hincha” del América de Cali; equipo que descendió a la categoría B en Diciembre del año 2011 y, en el momento que me enteré no sentí nada más que una leve desilusión; incluso estaba en el matrimonio de unos grandes amigos, razón por la cual disfruté el acontecimiento sin ninguna perturbación; y desde entonces mi vida ha transcurrido como debe ser; no me deprimí, no caí en el vacío inútil de llorar y buscar responsables; incluso soporté con tolerancia las innumerables bromas y chistes que surgieron a raíz de que ¨La Mechita” se fuera a la categoría B. Mis únicas motivaciones son mi familia, mis sueños y proyectos. Y si nunca regresa a la categoría A, todo continuará por el mismo sendero.

No quiero entrar en discusiones con hinchas que toman su pasión de otra forma; no es la idea, cada quien tiene la plena libertad de disfrutar o sufrir el fútbol como quiera. Pero, es necesario matar por lucir una camiseta de otro equipo?. Estamos acostumbrados a imitar los malos ejemplos; es por ello que las llamadas “Barras Bravas” o “Barras futboleras” son en su mayoría copias de pasiones argentinas en los que la vestimenta, cantos y “cumbia villera” se arraigaron en el actuar de muchos jóvenes como algo cultural. Hasta este punto son libres de vivir su pasión y animar su equipo; lo reprochable es cuando ese amor por un equipo de fútbol se desborda en ataques viles y certeros hacia miembros de otras barras, generando en el menos grave de los casos desordenes y en el peor la muerte. Es absurdo, ilógico y ridículo que esto pase. Una sociedad civilizada no puede tolerar a esta clase de engendros del mal; aclaro, no son todos pero unos pocos son quienes han sido los causantes de noticias trágicas en los últimos días.

Uno puede comparar esta clase de sucesos como producto de la ignorancia o falta de oportunidades para los jóvenes; puede ser, pero si es así que se maten la gran cantidad de desempleados que este país genera diariamente, que se maten los que nunca tuvieron una educación adecuada, que se maten quienes son víctimas de otros violentos. Entonces, porque somos un país violento encontramos la excusa perfecta para agredir al otro hasta llegar a cegarle la vida?. Es lógico que una camiseta se sobreponga sobre el derecho a la vida?. Todas son excusas, como dijo alias “Canalla” asesino del hincha del Nacional: “si no era él, era yo”. Un desadaptado que fue deportado de Paragüay el año pasado por crear desordenes en un sitio público al no querer pagar la cuenta, y que al ser requerido por agentes de policía, los agrede. Es eso ser hincha de un equipo?. O un delincuente escudado en un camiseta exaltando una falsa pasión?. Los afectados son aquellos quienes efectivamente se gozan el espectáculo y sanamente comparten con familia y amigos lo que el fútbol es en esencia. Un deporte.

Estos delincuentes buscan cualquier pretexto para causar daño, son aquellos que acuden prontamente a generar caos en las manifestaciones, esos mismos que con o sin camiseta destrozan los bienes públicos y privados, esos matones que en una fiesta descontrolada son capaces; por ejemplo, de lanzar desde lo alto de un ascensor a otro joven y dejarlo postrado en un coma profundo.

La culpa es de todos. En la familia es donde se debe inculcar que el amor y el respeto por el otro se debe profesar en todos los escenarios de la vida para lograr una sana convivencia. Sin embargo, vemos jóvenes sin control ni disciplina en hogares donde cada miembro es una isla, y cada quien hace lo que le antoja sin ninguna formación moral. El Estado, que no crea oportunidades, espacios ni campañas de prevención que sean suficientes y contundentes para crear conciencia que la vida vale mucho más que una pasión. Los equipos, que se desentienden de sus seguidores y sólo le son útiles al comprar las boletas, camisetas y demás productos que hacen parte del mercadeo. La sociedad, que ha visto indiferente crecer el monstruo y ha tolerado muchos incidentes.

Perdónenme el lenguaje un poco agresivo pero, si es absurdo que nuestro país atraviese un conflicto armado de más de 50 años que ha dejado miles de víctimas; lo es más que existan muertes por no aceptar la diferencia en un deporte.

 

JAIME ANDRÉS BARBOSA POVEDA

andresbarpo@gmail.com

@andresbarpo

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