Sun, 09/01/2013 - 22:18

Crónicas 35 Carta de un turista inconforme a quien pueda interesar

Foto: Cronistas Carlos Londoño
Crónicas/Leticianas/Carlos Londoño

Corría la década de los 80. Leticia pasaba por su mejor momento económico.

Estábamos en  la “bonanza” y el dinero se veía por doquier.

Cierta tarde, llego a mi casa una tarjeta de invitación enviada por  la hija de un amigo en donde nos invitaba a mi esposa y a mi  a celebrar la fiesta de sus 15 años que realizaría en horas de la noche ese fin de semana, en uno de los exclusivos hoteles de la ciudad.

Al observar la procedencia de la tarjeta y lo significativo de la fiesta, lo primero que se me vino a la mente fue el desfile  de trajes que cada una de las damas invitadas iban a lucir esa noche para no pasar desapercibidas.

No siendo nosotros la excepción, llamé a Bogotá para encargar el  vestido que mi esposa y yo luciríamos esa noche, encargo que me imagino también estaba haciendo más de un personaje, para evitar la uniformidad en la reunión.

Todos los invitados y pueblo en general, comentábamos  y esperábamos  ansiosos la mencionada fiesta, pues como se dice literalmente: iban a tirar la puerta por la ventana.

Llegó el día y la fecha de de tan significativa reunión. Desde tempranas horas empezaron a llegar al aeropuerto, aviones tipo charter  trayendo desde la capital, la orquesta, invitados y todos los  samovares con las viandas,  los postres y el ponqué con que se serviría el bufé   con el cual  irían a deleitar el paladar  de los invitados.

Ya para la noche, el hotel estaba decorado como para una fiesta estilo “las mil y una noche”.  Todo estaba saliendo a la perfección.

A la hora de la citación, empezaron a llegar los invitados los cuales eran recibidos a la entrada por la quinceañera y los padres de ésta, y un mesero se encargaba de acomodarlos alrededor de la piscina. Era una noche estrellada. y espléndida .

A medida que pasaban los minutos la afluencia de invitados se hacia mas  notoria.

Una pasarela de Silvia Tcherassi no tenía nada que ver con el despliegue de elegancia de las damas  y caballeros invitados que ingresaban al hotel.

Yo arribe con mi esposa más o menos media hora después de la  hora indicada  estrenando de pies a cabeza, siendo recibidos como todos los que llegaban, por la homenajeada y sus padres.

Cuando ingresamos al interior del hotel, observamos que la mayoría de mujeres nos miraban, sobre todo a mi esposa,  con una sonrisa maliciosa.

Al acercarnos a saludar  a unos amigos que se encontraban sentados en una mesa, vimos con asombro que la causa de tanta mirada era que otra invitada lucía exactamente el mismo vestido que mi esposa, y ya ni modo de devolverse porque  todo el mundo tenía los ojos puestos en ella. Fue ahí precisamente que entre los conocidos se armó la recocha pues a las dos  las bautizaron como las “mellizas” y eso dio para romper el hielo y hacernos los locos como si nada hubiese ocurrido haciendo caso omiso a la coincidencia.

Superando el impasse ya entramos en confianza con los invitados.

Acto seguido, vino el baile del vals por parte de la quinceañera y su padre y amigos mas allegados, dando inicio  a la fiesta la cual yo consideré como la fiesta del año por  la cantidad de invitados, la ostentación,  la camaradería y amistad con que se disfrutó.

Terminado el vals y después del brindis con champaña tipo  Dom Perignon, los meseros empezaron a repartir a diestra y siniestra  whisky, aguardiente, vodka,  ron y champaña licor y al son de un buen ritmo interpretado por la orquesta, la fiesta se prendió con todo su esplendor.

Todos buscamos ubicarnos en las mesas con los amigos de más confianza para gozarnos  la reunión con todas las de la ley.

Afuera, la gente del pueblo se deleitaba  escuchando la orquesta y observando el acontecimiento por donde desfilaba lo más connotado de la sociedad amazonense.

El show se lo robaron las mellizas con sus trajes iguales las cuales con su coincidencia posaban para  las cámaras familiares.

Todo marchaba a las mil maravilla. El ponqué de cuatro pisos situado en la mitad de la fiesta, lo mismo que las mesas con el bufé en donde los frutos del mar (mariscos, langostas, pulpo, seviche etc.)  acompañados con ensaladas y arroces en todos los colores y sabores y la variedad de postres,  daban a entender que la degustación gastronómica iba a ser inolvidable.

Al son de los tragos muchos de los invitados sacaron a relucir lo bueno, lo malo y lo feo en su convivencia festiva, mas sin embargo no se presentó ningún hecho que lamentar debido a la amistad reinante  en el jolgorio.

Ya en la madrugada, cuando ya el licor había hecho estragos en la humanidad de muchos personajes, invitaron a pasar a degustar del bufé.

Una larga fila se formó frente a las mesas en donde a cada cual le servían la comida de su escogencia.

Muchos, talvez para demostrar un acto de conocimiento gastronómico y caché,  solicitaron langosta acompañada por ensaladas que yo se que para muchos era la primera vez que  sus paladares sentían esos sabores afrodisíacos , pues algunos eran personas que a pesar de su dinero , eso de darse una rodadita a Bogotá a degustar una buena cena no estaba entre sus planes.

El “oso” no se dejó esperar, pues algunos de  los que como dije anteriormente, nunca habían degustado una langosta lo hicieron en una forma tan normal que hasta  terminaron  con la crocante caparazón  como si  se tratara de cuero tostado de lechona.

Los arroces de colores y muchas especies de frutos marinos permanecieron intactos en sus recipientes, pues nadie los solicitó.

Los comentarios jocosos  alusivos a este acto de desconocimiento en degustación gastronómica,  fueron  el hazmerreír en toda la noche, desafortunadamente  ese es parte del folclor   en donde mucha gente cae en el error por desconocimiento, falta de experiencia o de consulta o falta de salir de su terruño a otras ciudades a vivir nuevas experiencias.

De todas maneras a pesar de esas “vivencias” experimentadas en esa noche y que no estaban en el programa, la fiesta, que duró hasta altas horas de la mañana, fue todo un éxito  pasando a la historia regional como una de las tantas “excentricidades” que se vivieron en la famosa época de la bonanza.

Carlos Javier Londoño O.

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