Sun, 10/03/2021 - 18:53

ALGO SOBRE MI

Nunca será fácil hablar con conocidos y aún más con desconocidos sobre temas tan personales. Uno de los profesionales que me está tratando me recomendó hacerlo y, quizás es lo mejor. Empecé tocando el tema con personas cercanas que han pasado por lo mismo, luego con mi familia y mi círculo más cercano; ahora con quienes amablemente toman de su tiempo para leer esta historia, lo que repito no es nada fácil.

No se ha logrado determinar si es genético, secuelas del Covid-19, duelos que no se han desahogado o un cúmulo de situaciones pasadas que desencadenaron en esa explosión emocional. Quizás sean trozos de todos esos ingredientes. Tocar el tema despeja y libera pero hay que saber cómo y con quienes. No busco con esto despertar lástima ni preocupación; tómenlo como parte de la terapia.
Hace unos días empecé a sentir angustia y desespero por algo inexplicable, que no estaba haciendo parte de mi realidad pero si alimentado por causas presentes; me explico, a ese estado emocional le iba cargando situaciones adversas rutinarias y pequeñas pero lo suficientes para llenar el saco y que lograron romperlo sin avisar. Ahora la angustia y el desespero se convirtieron en incertidumbre sobre algo desconocido. Me daba miedo salir, tener contacto con la gente, bajones de ánimo, pérdida de la memoria, llanto, silencios prolongados y ausentismo. Lo advertí cuando un amigo en una reunión me vio caminar de un lado a otro sin parar y me dijo: “siéntese y deje de estar de aquí para allá que me tiene cansado. No joda más”. Me senté pero al poco tiempo estaba de nuevo recorriendo los mismos sitios como expectante. Vigilando lo intangible.

Comencé a sentirme una carga para los demás, un pez rémora viviendo a expensas de otros. Insignificante y qué en lugar de sumar, restaba. No encontraba sentido a lo que hacía o le quitaba valor. En silencio llevaba esa carga emocional, pasaban horas en las cuales no pronunciaba palabra. Aislado voluntariamente. Estar y no estar solo, salir y no salir o llevar una soledad acompañada; en la cual no quiero compartir con nadie pero si saber que quienes quiero están cerca. Llegué a sentir ahogo, me faltaba el aire producto de la ansiedad. No dormía, comencé a perder más la memoria, olvidar situaciones, nombres de personas, sudoración en las manos estando en algunos sitios, la mente se volvió dispersa, me desconcentraba en tareas sencillas y me irritaba con facilidad. Llegado a ese punto me pregunté: ¿A quién le confieso por todo lo que estoy pasando? Un par de amigos me contaron tiempo atrás que presentaron esos mismos síntomas y algunos más fuertes. Hablé con ellos y me aconsejaron buscar orientación con un especialista, acto seguido dejaba el asunto así porque de un momento a otro encontraba estabilidad emocional. Sin embargo, en estos casos todo es una montaña rusa y esa aparente tranquilidad mutaba de nuevo en angustia y regresaba a lo mismo.

Contar a la familia cercana no es fácil porque el temor siempre radica en generarles preocupación y tristeza; por lo que los mantuve al margen mientras pude. El clima, una canción, un aroma, un gesto; ese tipo de cosas tan naturales me disparaban de un momento a otro el estado de ánimo hacia abajo. Hace unos años experimenté algo similar cuando después de visitar de noche el Castillo de Buda en Budapest, descendíamos por la calle que desemboca en la zona diplomática de esa ciudad; es un lugar bellísimo pero al pasar cerca a unos árboles, los mismos soltaban un aroma que inmediatamente me produjeron un bajón anímico; sentí escalofrío y unas ganas de enormes de llorar. Fue tan evidente que uno de mis amigos de viaje me preguntó sobre ese repentino cambio de estado. Le conté que había sido el olor de esos arboles y que no quería hablar más del tema. Esa amargura me duró alrededor de día y medio.

Desde hace unos años estoy en tratamiento por una enfermedad que vino como consecuencia de otra que padecí de niño. Controles periódicos con recomendaciones más que necesarias para poder seguir una vida normal. Sin embargo, también ha sido un sube y baja constante. Ahora me encuentro afrontando esta nueva “aventura” que me genera inquietud pero de la cual saldré adelante y que espero sea temporal. Iniciando el año me dio parálisis de Bell, la cual consiste en la debilidad de los músculos de un lado de la cara; no obstante gracias a unas terapias neurales pude llevar con paciencia más de dos semanas de dificultad para comer, hablar y abrir y cerrar el ojo. En abril tuve Covid-19, estuve aislado como debe ser, cuidándome y cuidando a los míos; además monitoreado por médico particular y la EPS que estuvieron muy atentos a cualquier deterioro de mi salud. Presenté baja de defensas que reflejaron aftas en todo el interior de la boca e inflamación de ganglios linfáticos y altos niveles de tensión arterial. Días después molestias en la espalda baja con corrientazos que recorrían mi pierna derecha; caminar, levantarme de una silla o incluso estornudar me producían dolores muy fuertes y que para poder bajar de la cama debía dar vueltas y lograr con dificultad incorporarme. Hace pocos días me diagnosticaron hernia discal. En fin, una suma de situaciones que físicamente se pueden manejar y que con cuidados se llevan de una manera adecuada. Yo lo estoy tomando como episodios que me dieron fortaleza para afrontar lo que venía.

Retomo el tema que me alentó a escribir y que no es más que para llamar la atención por lo que puede o podría estar pasando un familiar o un amigo cercano a ustedes y no, como se puede pensar que es para despertar sentimientos de lástima y pesar porque créanme que eso NO me ayuda en nada. Al llegar al momento en que uno no puede con esa carga mental, en el cual todo se ve difuso y sin salida y no poder dar respuesta a esos impulsos, decidí acudir a los especialistas que con su conocimiento me han dado pautas para poder manejar esos pensamientos intrusivos y no dejarme llevar por ellos, porque casi que inevitablemente rondan por la cabeza gran parte del día y de la noche y pueden conducir al peor de los escenarios. Las batallas mentales solo saben su magnitud quienes las afrontamos, y es ahí en donde pedimos prudencia por parte de quienes saben de la situación. Evitar frases como: ”No entiendo por qué estás así, si tienes una linda familia, una casa, una cama cómoda, capacidades, talentos…”, “hay personas que están peor que tú y no se quejan”, “Lo tuyo son ganas de molestar y llamar la atención” y otras tantas que no aportan y si profundizan más las ganas de aislarse, de guardar silencio, sentirse peor y no reconocer la enfermedad.

El trastorno de ansiedad y depresión por el que he estado atravesando durante estos meses, lo están tratando profesionales a quienes admiro y respeto muchísimo; tal vez en las sesiones no comparta algunos métodos usados por ellos pero en eso también consiste esta realidad a la cual la tomo como un despertar. Desde el mismo manejo de la respiración al hablar es fundamental. Hago ejercicios para poder relatar mi estado sin alterarme, sin ahogarme ni irme por las ramas empezando por un tema y desembocando en algo distinto. Párrafos atrás les había hablado de la falta de atención y la mente difusa. La postura, las cosas que me gustan hacer como ésta de escribir a manera de catarsis y liberación para poderles expresar, no de frente mi situación pero sí con el anhelo que llegue el día que lo pueda hacer sin reservas, sin tristeza y mirando a los ojos.

Las terapias son fundamentales. Eviten las personas que de manera imprudente aseguran que asistir a un psicólogo o a un psiquiatra es cuestión de gente demente, loca o desocupada. También de quienes dicen que es falta de fe o que uno no ha encontrado a Dios porque, créanme que Dios no es quien se pierde sino uno mismo. Orar sirve mucho. No dejen de hacerlo, independiente de la creencia que tengan; ese acercamiento es vital y genera paz.

Sea la oportunidad para agradecer su comprensión y solidaridad a quienes desde un inicio saben de mi situación, mis papás, mi esposa, familiares y amigos cercanos, compañeros de trabajo; ellos que sin atosigar, presionar y mucho menos exigir una pronta recuperación de manera prudente me han acompañado en este caminar. Todo es un proceso y a su vez un aprendizaje, de toda adversidad se sale adelante por más dura que sea. De ello depende aceptar, recurrir a quienes realmente pueden ayudar y apoyarse en su familia y verdaderos amigos.

No alcanzan a imaginar lo liberador que ha sido contarles mi historia y también el tiempo que se ha convertido en días escribiéndola para poder darle forma. Publicar o no hacerlo fue el dilema que me alejó por momentos de esos pensamientos intrusivos. Disculpen de antemano algunos errores de estilo y redacción. Les dejo este aparte de un libro maravilloso.

“Vuestra razón y vuestra pasión son el timón y las velas de vuestra alma viajera.

Si vuestras velas o vuestro timón se rompieran, no podríais más que agitaros e ir a la deriva o permanecer inmóviles en medio del mar. Porque la razón, gobernando sola, es una fuerza limitadora y la pasión, desgobernada, es una llama que se quema hasta su propia destrucción.

Por, lo tanto, haced que vuestra alma exalte a vuestra razón a la altura de la pasión, para que cante.

Y dirigid vuestra pasión con el razonamiento, para que ella pueda vivir a través de su diaria resurrección y, como el ave fénix, se eleve de sus propias cenizas”.

EL PROFETA (La Razón y la Pasión). Khalil Gibran

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